viernes, 18 de junio de 2010

SB1070

ESPIRITU HUMANITARIO PARA EL TEMA MIGRATORIO

JESUS JIMENEZ LABAN

La población hispana teme que lo que se ha hecho en Arizona se repita en otros Estados y se dé rienda suelta a un clima xenofóbico. Esto hace que cada vez más niños no estén seguros de encontrar a sus padres cuando vuelven a casa. Al efectuar redadas, la policía ingresa sorpresivamente a las fábricas y a los hogares para detener a los inmigrantes y deportarlos.

El problema –que se ha creado porque los estados han empezado a legislar- es la línea delgada que separa una ley anti inmigración de la inmigración ilegal, aunque las autoridades declaren que no se trata de ir contra los legales sino contra quienes no tiene documentos en regla. Este es un asunto federal que al Capitolio no se le debe ir de la manos, teniendo en cuenta el factor seguridad –después del 11 de Septiembre- que vuelve más urgente, como dicen los legisladores, saber con quién tratamos, quiénes entran, quiénes salen de Estados Unidos.

Desde una óptica de derechos humanos, los inmigrantes ilegales son una consecuencia de las malas políticas económicas de los países de donde proceden. Son en cierta forma fugitivos de las crisis económicas, de los desastres naturales y de los bolsones de pobreza. Son ellos los inmigrantes sin papeles a quienes se equipara a delincuentes de alta peligrosidad.

El fenómeno de las migraciones no es nuevo, siempre ha estado presente en el curso de la historia, teniendo ahora como variable el abandono de su tierra por familias enteras al no poder superar humanamente sus difíciles y precarias condiciones de vida a las que fueron condenadas sin tener culpa alguna.

Fugitivos del abandono social y económico en sus países, millones de inmigrantes ignoran el origen de su miseria, sin comida, agua, educación y sin horizontes.[1] Luchar por sus derechos humanos es deber de quienes tenemos otro status legal. Los estados deben extender su jurisdicción a través de los consulados velando por la legalización en un país extranjero como primera alternativa o asistiéndolos económica, sanitaria y educacionalmente como segunda opción en sus países de origen.

“Dante”, es el título que el especialista Eduardo Gonzales Viaña ha escogido para graficar las peripecias que sufre un migrante. El escritor narra el infierno que tiene que atravesar un latino para llegar a Estados Unidos lo que él llama el paraíso.[2] Cuando habla de infierno se refiere a la esclavitud moderna del siglo XXI consistente en negar a los ilegales el acceso a sus derechos previsionales. Se estima en US$ 70 mil [3]el monto de los aportes de latinos que han quedado en condición suspensiva. Esto quiere decir que dichos aportes no van al fondo de seguridad social, sólo se les descuenta el derecho previsional y se les hace firmar un documento provisional. Y es que los ilegales no tienen número de seguro social (Social Security) porque no están inscritos en los registros de pensiones.

Parte del infierno son las restricciones que sufren los obreros latinos. Hay 300 millones de personas en Estados Unidos, pero solo un cupo para 60 mil profesionales. Los obreros –carpinteros, electricistas y artesanos- no cuentan por la presión de los sindicatos que exhiben temor a ser desplazados por una mano de obra barata, pese a que la economía de Estados Unidos la requiere con urgencia.

No cabe duda, lo reconoce el mismo Papa Benedicto XVI,[4] la inmigración irregular responde “a la huida de situaciones con frecuencia insostenibles que muchas veces se transforma en tragedia. Se trata de un fenómeno entre pueblos y naciones que viene desde los albores de la historia de la humanidad, de manera que es difícil cambiar, transformar o revertir.

Existen tres actores en esta situación. De un lado, los países de origen de los inmigrantes que, según el Papa, deben eliminar con responsabilidad las causas de este fenómeno y acabar con las formas de criminalidad. De otro, el estado, punto de destino de los inmigrantes, está llamado con espíritu humanitario a desarrollar de común acuerdo, iniciativas y estructuras adecuadas a las necesidades de los inmigrantes irregulares.

Al medio están los indocumentados quienes deben ser sensibilizados sobre el deber de la legalidad, el valor de su propia vida y de los gravísimos riesgos a los que se exponen en búsqueda de una mejora de sus condiciones.



[1] ABEL MELINGER, “Cuando la xenofobia se convierte en ley”, 2009

[2] EDUARDO GONZALES VIAÑA, “Dante”, 2008

[3] JAMES GAGEL, Experto en Migraciones, 2008

[4] BENEDICTO XVI, Vaticano, 2008

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