sábado, 11 de septiembre de 2010

¿Dónde está el bien común?


REFLEXIONES SOBRE UNA CAMPAÑA QUE TERMINA Y OTRA QUE EMPIEZA

JESUS JIMENEZ LABAN

En esta campaña electoral pesa mucho la comicidad, la palabra dura y el insulto. El elector se deja llevar por los gestos, pero es necesario educarlo para que aprenda elegir de manera informada. Dicho de otro modo, que la relación afectiva entre elector y candidato se convierta en el conocimiento pleno de lo que se quiere hacer y cómo se quiere hacer. Si esto se llegara a hacer, el efecto gestual daría paso al voto racional porque la simpatía del votante se daría por las ideas y propuestas y no por el show.

A mi modo de ver, esta campaña por las elecciones municipales y regionales está plagada de desinformación. Los medios de comunicación se han esforzado en cubrir la noticia destacando el titular de la pelea, de la frase bonita y el enfrentamiento, la polarización ideológica y desapareciendo del mapa a los pequeños, aun cuando se sabe, por ciencia política, que las minorías son también democracia.

Sin embargo, ha sido un acierto promover foros, encuentros y centros de debates de ideas, pero las conclusiones no han alcanzado la difusión que esperaba el elector.

Esta es una campaña atípica que seguramente será objeto de estudio por la publicidad y el marketing político. Se podría decir que la caída de un candidato –por carencia de formalidades a la luz de las autoridades electorales- ha gobernado las estrategias políticas de todos. El caudal electoral del caído ha migrado proporcionalmente a las otras candidaturas en unos casos reforzando el posicionamiento de las candidaturas que quedan en contienda y en otros, aumentado el número de votantes indecisos, lo cual hace pensar que hasta la último día nadie podrá estar seguro de la victoria.

Las encuestas, que son métodos para palpar el sentimiento del elector, se han manejado de manera muy sesgada, algo que debe evitarse en las elecciones presidenciales. Las encuestas toman una foto de lo que piensa la opinión pública en un determinado momento. La opinión pública es una expresión de simpatía por alguien o por algo. La simpatía es compartir un sentimiento. Estas encuestas no pueden –ni deberían- ser usadas para orientar la intencionalidad del elector porque sería negación de la propia democracia. El voto es el reflejo exacto de lo que decide el elector sin influencia de ningún tipo.

Orientar al elector a que siga las ideas y propuestas es el fin, pero no influenciar en la voluntad porque todos sabemos que la gente prefiere al que está puntero, al que se le ve triunfador y apuesta por el rompedor. Nadie vota por un segundón… Sin embargo, las encuestas se puede equivocar y en las últimas experiencias se ha visto que el margen de error no es una garantía, de manera que debemos ser cuidadosos al encargar encuestas y publicarlas, sobre todo cuando hay intereses creados.

Los asesores mediáticos han tocado de manera epidérmica los temas más sensibles –seguridad, transporte y asistencia social en las zonas marginales- pero lo importante es que sus candidatos guarden coherencia entre lo que ofrecen y lo que pueden hacer. Todos ahora se acuerdan de las riberas del Rímac, de los cerros tugurizados que rodean Lima y de la fiscalización de las cuentas del alcalde que sale. La gente no es tonta.

Sin embargo, nadie toca el tema de fondo. Las ideas y propuestas para echar andar el gobierno local o el gobierno regional, las mismas que han sido desplazadas y arrinconadas por insultos, ataques a lo bruto y polarización entre derechas e izquierda, algo que ya no pertenece al mundo global.

¿Dónde están las propuestas? El elector tiene derecho a conocer los riesgos y peligros de una propuesta municipal y regional porque debe conocer si su candidato hará borrón y cuenta nueva de todo, o si continuará las cosas buenas que deja su predecesor o simplemente no encuentra recursos ni herramientas financieras suficientes para asegurar una buena gestión en los próximos cuatro años.

¿De qué estamos hablando? Históricamente está demostrado –caso de la plaza de Lima- que llegar a la Alcaldía no es trampolín para llegar a Palacio de Gobierno, salvo una excepción remota. Dejemos de pensar en la próxima elección, sirvamos al bien común. Es el fin.

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