Jesus Jimenez Laban
En un momento tan solemne para la cristiandad, la Semana Santa, me inclino reverente con la fe y esperanza en Dios. No hay otro momento en el año en que se sienta tan cerca el corazón de Jesús. Y lo que representó su pasión, muerte y resurrección, según los Libros Sagrados, para la libertad del hombre bueno, justo y pegado a la verdad y para los que ven en El camino, verdad y vida.
Quienes se pegan a la ciencia sin contraponerla a la fe han dicho alguna vez que la vida es una permanente lucha entre el bien y el mal. Y, para alcanzar la feclicidad, debe vencer el bien que es, precisamente, hacer cosas buenas y mejores cada día. Es como decir "ayudo, luego existo" o "sirvo, luego existo".
Transformados por dentro, muchos se preguntan en estos días "¿quién soy, para qué estoy acá? ¿Qué hago por la vida y adónde voy? No hay un mensaje más claro de entrega del uno por el otro -"ama y haz lo que quieras, frase atribuible creo a San Agustín- que el que resuena en los oídos de millones de feligreses en el mundo. O el llamado a dejar la dualidad, la doble vida, en la que la parte mala no dejará avanzar a la buena.
Y es que en un mundo tan indiferente, hedonista, violento y poco solidario, el llamado ético-moral para todo hombre es servir para existir, es amar al prójimo, es poner el hombro por el que necesita, es tender puentes de entendimiento entre los que no se entienden, nunca confrontación. Algo tan actual como la crisis que derrumba economías enteras, desune familias por el desempleo, la pobreza y la desigualdad y seca los recursos de la filantropía en el mundo.
Es hora de actuar y de construir. A veces podemos creer que tenemos muchos años por delante, pero de repente el tiempo es corto. No está en el hombre medir el tiempo de Dios. Pero en esta oportunidad, con motivo de Semana Santa, quisiera destacar algo que vemos y pasamos por alto en personas a quienes se les ve alegres pese a los enormes problemas que sufren. Y a veces no comprendemos de dónde nace su fuerza .
Me refiero a la alegría que embarga a todo cristiano cuando penetra en el Evangelio y hace vida práctica de sus enseñanzas, cosa tremendamente difícil, gran reto para el hombre del siglo XXI. No es fácil.
Siempre me ha parecido una maravilla la vida de gente practicante que se convierte. Y, sinceramente, no puedo negar que la fe mueve montañas, que la oración es tan poderosa como ninguna otra fuerza, pero no he entendido cómo con el sufrimiento uno puede salvarse o cómo con el dolor otro vive con alegría ante la imagen del Señor.
No hay duda, hay una fuerza que invade a todo aquel que cree haberlo perdido todo y que lo fortalece para enfrentar y superar los momentos más díficiles. Aunque con toda la adversidad en contra, no conozco un cristiano practicante y lleno de fe que esté triste.
El Papa Benedicto XVI dice en su libro "Jesus de Nazaret" que los que son considerados por el mundo "pobres y perdidos son los realmente felices, los bendecidos, pueden alegrarse y recocijarse, no obstante todos sus sufrimientos". Pablo dice también una y otra vez: "Somos los impostores que dicen la verdad, los desconocidos conocidos de sobra, los moribundos que están bien vivos, los sentenciados nunca ajusticiados, los afligidos siempre alegres, los pobres que enriquecen a muchos, los necesitados que todo lo poseen (2Co6, 8-10) "Nos aprietan por todos los lados, pero no nos aplastan; estamos apurados, pero no desesperados; acosados pero no abandonados; nos derriban pero no nos rematan..." (1Co 4, 8-10)
Todos viven alegres en la esperanza del Señor. Y a pesar todo .como dice la obra del Santo Padre- experimentan una alegría sin límites. Es para millones en el mundo la alegría de vivir en ese Cristo que dio la vida por todos nosotros, es experiencia de vida, es consuelo y promesa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario