LOS INTERESES DEL PERU
JESUS JIMENEZ LABAN
A mediados de la década de los años 20 del siglo pasado, el insigne poeta César Vallejo escribía en sus artículos –documentos recién publicados- acerca del Perú como una nación en formación, de un país que ingresa a un periodo de paz constructiva –después de un inicio republicano marcado por los golpes de estado y las guerras civiles. Vallejo hablaba de un país viable hacia la modernidad, visión que años después compartiría el ilustre educador Jorge Basadre como una tierra de posibilidades y de futuro. Es más, invocaba a los peruanos a no perder la esperanza.
Pero en la misma medida, Basadre -valorado y respetado intelectual- hablaba de los causantes del atraso como país. A su modo de ver, los retardatarios –los ideólogos que creen tener sólo ellos la razón-, los incendiarios –los que le complican la vida a la nación con actitudes desestabilizadoras- y los podridos –clara alusión a los corruptos- el gran tumor contra lo que requiere hundir el bisturí, pero con eficiencia -en poco tiempo- y eficacia –en función de los sagrados intereses del Perú.
Ya se vislumbra desde los cielos un gigantesco manto verde de agroindustria en nuestra costa, un tremendo potencial aprovechado para la agricultura orgánica en nuestra sierra y una riqueza biológica en nuestra selva –como nunca antes se ha visto en el Perú, incluso con los minerales-, a partir de la biotecnología, las patentes medicinales y la bioeconomía. Qué duda cabe, el Perú es una patria grande y promisoria –la tierra de nuestros vivos y de nuestros muertos- que debe profundizar los esfuerzos hacia un entendimiento nacional, teniendo en cuenta su naturaleza pluricultural, multiétnica y biodiversa.
Cualquiera fuere el resultado de esta noble misión, no puede subestimar el efecto perverso de la corrupción en el crecimiento y el desarrollo de los pueblos. El momento no es para discursos bonitos y mediáticos. El país reclama actitud reflexiva, autocrítica y acción para cumplir la palabra dicha, poniendo énfasis en la extirpación de las impurezas –narcotráfico, terrorismo y delincuencia- que contaminan el tejido democrático y alejan al país de su visión de país industrializado e incorporado al G-20.
Como dicen las mentes lúcidas del país –con las cuales cualquier ciudadano responsable podría compartir- no hay explicación acerca de por qué se han postergado reformas importantes o proyectos como las de voto voluntario, la renovación por mitades del Congreso, la separación de Jefe de Estado y Jefe de Gobierno.
En uno de sus primeros mensajes el Presidente Alan García habló de una titánica tarea en la lucha contra la corrupción. El pueblo recuerda cuando nombró a un zar anticorrupción que quedó en nada, incluso el anuncio de la construcción –en versión actual- de la colonia El Sepa, pero no ve nada.
Como apuntan varios analistas, no queda duda que las inversiones ha mejorado la situación del país, trayendo consigo modernidad, amplificando la clase media, dando oportunidades de empleo y un nuevo derecho a partir de los acuerdos de promoción comercial, pero siguen rampantes la informalidad, la falta de cohesión social y la pobreza en muchos centros poblados del Perú. Con miras al bicentenario –que muchos preparan con entusiasmo 2.0- el gran reto es que el bienestar ilumine a todos.
No se trata solamente de que los recursos del Estado vaya únicamente hacia los más pobres sino de hacer esfuerzos visibles por reducir la injusticia y la desigualdad en un país altamente inequitativo, reflejo de lo ocurre en América Latina en su conjunto. De manera que en la medida que se despliega energías hercúleas para disminuir los índices de atraso en calidad de vida, salud, educación, energía, seguridad y brecha digital, la nueva expresión de la pobreza junto al analfabetismo digital, se tenga en cuenta un sentido de equidad y justicia.
Ha llegado la hora de la responsabilidad porque desde esta fecha se inicia un período de transición de un gobierno constitucional a otro igualmente constitucional en el marco de un estado de derecho social y constitucional.
Aquí y en cualquier parte del mundo –donde hay un peruano que ama entrañablemente a su país- lo que reclama con sentido de urgencia la realidad política económica y social del país es entregar el mando el próximo año con un déficit fiscal a raya, sin problemas de deuda externa ni bombas de tiempo para el futuro.
Para hacer grandes reformas se necesitan los primeros 100 o 1000 días de un gobierno. El último año es tiempo de entregar ordenada y civilizadamente la posta al sucesor. En la hora actual, la responsabilidad aconsejaría no hacer anuncios soñadores sino promesas realistas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario