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En el lejano año de 1532 unos 1000 hombres armados al mando de Francisco Pizarro, entre ellos 72 jinetes, 106 soldados de a pie, indios nicaraguenses y negros, ingresaron al rico valle norteño de Cajamarca, a unos 3 mil metros de altura, llegada española que cambió de raíz la historia del Perú. La superioridad numérica del ejército del Inca Atahualpa, unos cuarenta mil hombres acantonados entonces, enfermaba de los nervios a las fuerzas de Pizarro, pero éstas tenían superioridad tecnológica con sus arcabuces y saetas e infundían miedo y terror con sus escuadrones de caballería. La guardia incaica retrocedió espantada con los caballos, animales nunca antes vistos en el Perú y que producían espanto entre los hombres del Inca que, a diferencia de sus súbditos, reaccionó con impavidez sin dejarse impresionar.
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Estando Atahualpa en lo que hoy se conoce como "Los Baños del Inca", distrito ubicado a una distancia próxima de la Plaza de Armas de entonces -varias veces más grande que la que hoy se levanta con monumentos virreynales en Cajamarca centro-, Pizarro envió a un emisario a los "Baños del Inca", campamento de Atahualpa, para expresarle su interés de hablar acerca del futuro del Imperio. Pizarro, que tenía un ardid o estratagema para capturar vivo al Inca, lo invitó a una reunión en la Plaza de Armas. El Inca aceptó la invitación, se trasladó con todas sus huestes al Centro de Cajamarca, pero se detuvo antes de ingresar a la Plaza Mayor. En medio del nerviosismo de sus soldados, que, según Pedro Pizarro, paje del Gobernandor, "sin sentirlo se orinaban de puro terror", Pizarro entonces le recordó que cumpliera su palabra, a lo que éste respondió ingresando finalmente con 5 o 6 mil hombres desarmados a la Plaza de Cajamarca, dejando a Rumiñahui (ojos de piedra), uno de sus generales al mando de la tropa.
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Estando Atahualpa en lo que hoy se conoce como "Los Baños del Inca", distrito ubicado a una distancia próxima de la Plaza de Armas de entonces -varias veces más grande que la que hoy se levanta con monumentos virreynales en Cajamarca centro-, Pizarro envió a un emisario a los "Baños del Inca", campamento de Atahualpa, para expresarle su interés de hablar acerca del futuro del Imperio. Pizarro, que tenía un ardid o estratagema para capturar vivo al Inca, lo invitó a una reunión en la Plaza de Armas. El Inca aceptó la invitación, se trasladó con todas sus huestes al Centro de Cajamarca, pero se detuvo antes de ingresar a la Plaza Mayor. En medio del nerviosismo de sus soldados, que, según Pedro Pizarro, paje del Gobernandor, "sin sentirlo se orinaban de puro terror", Pizarro entonces le recordó que cumpliera su palabra, a lo que éste respondió ingresando finalmente con 5 o 6 mil hombres desarmados a la Plaza de Cajamarca, dejando a Rumiñahui (ojos de piedra), uno de sus generales al mando de la tropa.
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Por la historia se conoce que el fraile dominico Vicente Valverde le expresó en su idioma castizo los derechos reales y pontificios que tenía España entregándole finalmente un Breviario que Atahuapa, sin conocer, arrojó con ira. Luego del hecho, darle a conocer que Dios, el Papa y los Reyes de España justifican ocupar los dominios del Imperio, Valverde echó a correr y se unió con Pizarro quien, poco después, al grito de guerra "Santiago a ellos", inicio el ataque con estruendo aterrador de los falconetes de Candia en la Plaza. El ruido de los arcabuces, las trompetas, y la lluvia de saetas contra los soldados desarmados de Atahualpa, crearon un clima de caos y apocalipsis. En medio del fragor del combate los guardias del Inca murieron uno a uno al pie de la litera en que descansaba el monarca sin despegarse de su entorno, pero la suerte estaba echada. Las crónicas coinciden en que los que caían en la matanza eran reemplazados por otros. Aunque muchos de ellos estaban heridos y casi moribundos no dejaban de rodear a Atahualpa tratando de impedir con sus cuerpos que alguien se acercara al Inca que miraba estupefacto la masacre. Murieron en esa plaza más de seis o siete mil indios, según refiere Cristóbal de Mena.
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En medio del laberinto, Pizarro se abrió paso adonde estaba Atahualpa, junto con 24 soldados derribó las andas y tiró de los cabellos del Inca. Cuando un español trató de acuchillarlo en pleno asalto, Pizarro salvó la vida del Inca. Obviamente, Atahualpa valía en ese momento más vivo que muerto.
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Prisionero y abandonado por Rumiñahui que lo creyó muerto, Atahualpa negoció su libertad con Pizarro. Para ello, viendo la codicia de los españoles por los metales preciosos, ofreció llenar de oro una habitación, lo que se conoce como "El Cuarto del Rescate". Todo el oro del imperio, bajo la forma de cantaros, platos, copones, ollas, braseros, vasos, atabales, tejuelos, figuras de hombres y animales, según los estudios de Fernando Silva Santisteban, fue fundido por los españoles quienes no esperaron a que se llenara la habitación con el metal precioso para repartirse el rescate. Se dice que Pizarro, en su calidad de Gobernador, se quedó con el asiento de oro de las andas de Atahualpa y a cada conquistador de a caballo le tocó 40 kilos de oro y 80 de plata. Todos se hicieron ricos de la noche a la mañana, siendo los soldados mejor pagados de todos los tiempos en la historia de las guerras.
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Como es de suponer, Atahualpa pidió su libertad. Inmediatamente, sus captores le argumentaron supuestas razones juridicas para cumplir con su liberación, entre ellos la muerte de su hermano Huascar -según ellos el legítimo monarca-, herejía- por proclamarse Hijo del Sol y negarse a reconocer la fe de Cristo-, incesto -al tener por esposa a su hermana-, adulterio -por tener muchas mujeres e hijos en ellas-, entre otros cargos, que fueron, según ellos, suficientes razones para ser sentenciado a morir en la hoguera. Fiel a sus tradiciones del Incario de venerar a sus seres queridos, especialmente a los Incas después de muertos, Atahualpa pidió -tras aceptar por interés ser bautizado- la conmutación de la pena de la hoguera por la horca. Y así fue.
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Es decir, trataron los captores equivocadamente de ajustarse al derecho tanto para la toma de Cajamarca como para la ejecución del Inca. Quienes se opusieron a su ejecución, entre ellos Hernando Pizarro y Hernando de Soto, sostenían que el rey debía juzgarlo y no el Gobernador porque no tenía competencia. No existe, a la luz de la historia del Perú, un proceso tan rápido, tan parcializado y tan injusto.
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Se cuenta que las exequias de Atahualpa fueron con todos los honores. Con sombrero en mano y y vestido de luto riguroso, Pizarro recibió el cadáver y rezó junto con Valverde, mientras las mujeres y servidoras del Inca se suicidaban y pedían ser enterradas con su señor.
2 comentarios:
un buen trabajo y muy bien explicado
es un gran trabajo los que lo an hecho
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