Jesús Jiménez Labán
Para la mayoría de gente es desconocido que la escasez de petróleo determinó que Adolfo Hitler perdiera en la II Guerra Mundial. Como suministro de guerra, tan esencial como las municiones o la mano de obra, el Führer pretendía los yacimientos de Rusia (a pesar haber prometido lealtad a Stalin) en tanto que Hiroito, su aliado, pretendía en gran medida el control de las Indias Orientales, ricas en petróleo. Paul Roberts, autor de “El fin del petróleo”, señala en su libro que el fin del ataque de Pearl Harbor fue hundir los buques de guerra estadounidenses que habrían impedido a los buques petroleros nipones llegar hasta Indonesia. Siempre ha sido éste un recurso estratégico. El precio del crudo no subió desde entonces hasta la crisis del petróleo de 1973, siendo como hasta hoy un recurso también apetitoso para países industrializados que quieren ahora poner su bandera en el Ártico, inmensa región del planeta donde se calcula reservas equivalentes a una tercera parte del actual consumo mundial.
Lo cierto es que hace 20 años el precio del barril de petróleo era de $ 10, de manera que resulta increíble esta subida espectacular a los $ 130, trece veces más, fenómeno imparable porque no se sienten los efectos de la decisión de aumentar la producción por la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). En realidad, pretextos para especulación siempre habrá. Para quienes tienen buen conocimiento en el tema, así fue en las crisis petroleras 1973-1974 y 1979-1981 cuando lo controlaban todo las llamadas “siete hermanas”, las multinacionales petroleras, entre ellas Mobil, Texaco, Exxon, British Petroleum, la Standard Oil, según el informe de la CEPAL. La Inversión en América Latina y el Caribe 2000. También pusieron su cuota los países de la OPEP y ahora, según analistas, se ha sofisticado el mecanismo de la especulación vía fondos mutuos, futuros, hedge funds etc. que operan en el mercado internacional de capitales. Sin embargo, otros analistas opinan que la crisis energética se explica por la debilidad del dólar. Otro tanto, es debido al crecimiento económico de China y de la India que subsidia 100 millones diarios en combustible. Esto sin olvidar las tensiones políticas en Irán y Nigeria.
Como el crudo sigue en el disparadero, las potencias industriales han hecho un llamado a todos los países del mundo a que recorten o supriman los subsidios que explicaría el no descenso de los precios. Esto, para muchos, es como poner un “curita” para cortar una hemorragia. Pareciera que esta crisis da lugar a un círculo perverso. La gente tiene capacidad de compra pero hay que limitar la demanda para que los precios no suban. Si sube la demanda, hay aumento de precios de primera necesidad. Si suben los precios, se produce la inflación. Si se elevan las tasas de interés bancarias, el consumo se contrae, pero se golpea al que quiere producir debido a que aumenta el costo del dinero. En realidad, todos resultamos heridos o magullados.
Dentro de este contexto, rápidamente están llegando cambios de hábitos entre personas, empresas y negocios internacionales. En Estados Unidos, ya de por si golpeados por la sequía financiera, hipotecaria y desempleo, los trabajadores que trabajan cerca de casa, dejan el vehiculo en la cochera. Las amas de casa que miran el ahorro, prefieren confeccionar sus vestidos. Los gerentes indican a sus empleados que trabajen 10 horas de domingo a jueves y descansen el viernes, en tanto que las líneas áreas suben los costos de equipaje para no subir los pasajes, cuyos precios se aproximan entre clase ejecutiva y clase económica. No obstante, el alza ha sido inevitable en los fletes aéreos y marítimos para quienes exportan productos perecibles –espárragos, plantas y otros vegetales- debido al alza de los combustibles.
Entretanto, aún a riesgo de nuevos derrames de petróleo y como soporte al aumento de la oferta, vuelven a surcar las aguas marítimas, los antiguos buques monocasco, es decir, los portadores de contenedores con un solo forro como protección contra siniestros. Por lo pronto, por citar sólo unos casos, Perú ha empezado a aflojar, Colombia protegerá un tiempo más con subsidios su economía, Brasil convertido en primera potencia en biocombustibles, no siente la crisis y respira aliviado, y Venezuela, país con inflación alta que nada en petróleo, subsidia la gasolina desde hace veinte año o más y no parece convencido de quitar el subsidio. Los precios “locos” de la energía tienen, pues, dos caras. La buena para los países que exportan petróleo y la mala que nos indica claramente que el sector exportador sufrirá aumento de costos, la actividad laboral será aun más restringida y los presupuestos familiares tendrán que adecuarse a las demandas que impone esta crisis energética. El riesgo se ha transformado en realidad.
(*) Consultor en estrategias de gerencia y Presidente de la Asociación Civil Centrum Laban
Fuentes:
Fondo Monetario Internacional, Perspectivas de la Economía Mundial, Pág. 173, 2005
CEPAL. La Inversión en América Latina y el Caribe, 220 Pág. año 2000.
Paul Roberts, El fin del Petróleo, Pág. 58, 1981
Ricardo Lomoro, El Alma de Europa, 1994
Para la mayoría de gente es desconocido que la escasez de petróleo determinó que Adolfo Hitler perdiera en la II Guerra Mundial. Como suministro de guerra, tan esencial como las municiones o la mano de obra, el Führer pretendía los yacimientos de Rusia (a pesar haber prometido lealtad a Stalin) en tanto que Hiroito, su aliado, pretendía en gran medida el control de las Indias Orientales, ricas en petróleo. Paul Roberts, autor de “El fin del petróleo”, señala en su libro que el fin del ataque de Pearl Harbor fue hundir los buques de guerra estadounidenses que habrían impedido a los buques petroleros nipones llegar hasta Indonesia. Siempre ha sido éste un recurso estratégico. El precio del crudo no subió desde entonces hasta la crisis del petróleo de 1973, siendo como hasta hoy un recurso también apetitoso para países industrializados que quieren ahora poner su bandera en el Ártico, inmensa región del planeta donde se calcula reservas equivalentes a una tercera parte del actual consumo mundial.
Lo cierto es que hace 20 años el precio del barril de petróleo era de $ 10, de manera que resulta increíble esta subida espectacular a los $ 130, trece veces más, fenómeno imparable porque no se sienten los efectos de la decisión de aumentar la producción por la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). En realidad, pretextos para especulación siempre habrá. Para quienes tienen buen conocimiento en el tema, así fue en las crisis petroleras 1973-1974 y 1979-1981 cuando lo controlaban todo las llamadas “siete hermanas”, las multinacionales petroleras, entre ellas Mobil, Texaco, Exxon, British Petroleum, la Standard Oil, según el informe de la CEPAL. La Inversión en América Latina y el Caribe 2000. También pusieron su cuota los países de la OPEP y ahora, según analistas, se ha sofisticado el mecanismo de la especulación vía fondos mutuos, futuros, hedge funds etc. que operan en el mercado internacional de capitales. Sin embargo, otros analistas opinan que la crisis energética se explica por la debilidad del dólar. Otro tanto, es debido al crecimiento económico de China y de la India que subsidia 100 millones diarios en combustible. Esto sin olvidar las tensiones políticas en Irán y Nigeria.
Como el crudo sigue en el disparadero, las potencias industriales han hecho un llamado a todos los países del mundo a que recorten o supriman los subsidios que explicaría el no descenso de los precios. Esto, para muchos, es como poner un “curita” para cortar una hemorragia. Pareciera que esta crisis da lugar a un círculo perverso. La gente tiene capacidad de compra pero hay que limitar la demanda para que los precios no suban. Si sube la demanda, hay aumento de precios de primera necesidad. Si suben los precios, se produce la inflación. Si se elevan las tasas de interés bancarias, el consumo se contrae, pero se golpea al que quiere producir debido a que aumenta el costo del dinero. En realidad, todos resultamos heridos o magullados.
Dentro de este contexto, rápidamente están llegando cambios de hábitos entre personas, empresas y negocios internacionales. En Estados Unidos, ya de por si golpeados por la sequía financiera, hipotecaria y desempleo, los trabajadores que trabajan cerca de casa, dejan el vehiculo en la cochera. Las amas de casa que miran el ahorro, prefieren confeccionar sus vestidos. Los gerentes indican a sus empleados que trabajen 10 horas de domingo a jueves y descansen el viernes, en tanto que las líneas áreas suben los costos de equipaje para no subir los pasajes, cuyos precios se aproximan entre clase ejecutiva y clase económica. No obstante, el alza ha sido inevitable en los fletes aéreos y marítimos para quienes exportan productos perecibles –espárragos, plantas y otros vegetales- debido al alza de los combustibles.
Entretanto, aún a riesgo de nuevos derrames de petróleo y como soporte al aumento de la oferta, vuelven a surcar las aguas marítimas, los antiguos buques monocasco, es decir, los portadores de contenedores con un solo forro como protección contra siniestros. Por lo pronto, por citar sólo unos casos, Perú ha empezado a aflojar, Colombia protegerá un tiempo más con subsidios su economía, Brasil convertido en primera potencia en biocombustibles, no siente la crisis y respira aliviado, y Venezuela, país con inflación alta que nada en petróleo, subsidia la gasolina desde hace veinte año o más y no parece convencido de quitar el subsidio. Los precios “locos” de la energía tienen, pues, dos caras. La buena para los países que exportan petróleo y la mala que nos indica claramente que el sector exportador sufrirá aumento de costos, la actividad laboral será aun más restringida y los presupuestos familiares tendrán que adecuarse a las demandas que impone esta crisis energética. El riesgo se ha transformado en realidad.
(*) Consultor en estrategias de gerencia y Presidente de la Asociación Civil Centrum Laban
Fuentes:
Fondo Monetario Internacional, Perspectivas de la Economía Mundial, Pág. 173, 2005
CEPAL. La Inversión en América Latina y el Caribe, 220 Pág. año 2000.
Paul Roberts, El fin del Petróleo, Pág. 58, 1981
Ricardo Lomoro, El Alma de Europa, 1994