LOS VALORES ÉTICOS EN LA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO
JESUS JIMENEZ LABAN
Dentro de poco, como hemos visto en los laboratorios de Japón, un usuario final podrá ver televisión, navegar por internet o hacer operaciones bancarias y cambiarias desde su propio ojo, casi de manera natural con sólo estar conectado en forma inalámbrica –wireless- a un teléfono móvil. Y es que existen dos tendencias en materia de tecnología información y comunicación, por lo menos hasta ahora. De un lado, se busca dotar a los teléfonos móviles del mayor número de aplicaciones como soluciones a los problemas cotidianos de personas en movimiento. De otro, existen estudios avanzados para operar injertos dentro de la piel humana para introducir dispositivos electrónicos que convierten, en la práctica, a la persona en otra computadora o en una extensión de la misma.
En la era de la prisa cuando todos queremos estirar el espacio tiempo de un día de 24 horas, de una semana de 7 días y un año de 365 días, vemos que el hombre busca las cosas para ayer, vale decir, las quiere de inmediato y en menos tiempo o sacando ventaja del tiempo. No en vano es común ver matrimonios que se celebran en 7 minutos, cadenas de televisión que producen via teléfono móvil micronovelas en 500 palabras, o gimnasios, supermercados y bodegas que atienden de madrugada mientras muchos duermen o redes sociales que resumen obras literarias en 140 palabras o empresas descartables cuya expectativa de vida es de semanas o pocos meses.
A muchos no les gusta las tendencias con que se presenta la sociedad del conocimiento. Y es que las telecomunicaciones, los soportes informáticos y la construcción de bases de datos nos conducen, quiérase o no, a la información total. Sin darnos cuenta –mientras realizamos nuestras actividades cotidianas- gente y máquinas se ocupan de conocer la forma cómo pensamos, cómo trabajamos y cómo jugamos. Aun cuando hay demandas judiciales, hay operadores en la red que guardan en sus servidores los correos electrónicos de personas y empresas, a pesar de que cancelan la cuenta, destruyen el disco duro o sus computadoras. La huella queda en soportes informáticos a miles de kilómetros, lo cual ha facilitado a jueces, fiscales y policías conocer toda la verdad en sus investigaciones.
El hombre -en uso de las tecnologías de información que sorprenden y maravillan al mundo del siglo XXI- quiere saberlo todo y no quiere nada oculto. Y en esa dirección están las redes, los dispositivos y las aplicaciones de internet para conocer todo acerca de personas y cosas no solo su pasado, su presente sino también su futuro, algo que se sustenta en un bien jurídico universal: la libertad de expresión.
Para muchos, dadas las características actuales de la sociedad de la información, todo esto conlleva hacia el fin de la privacidad. Sin embargo, contra esta corriente se contrapone otro bien jurídico universalmente tutelado: el derecho a la intimidad vs libertad de expresión.
Se aprecia nítidamente un choque de opiniones entre libertad de expresión y derecho a la intimidad y la privacidad de las personas. Y, por tanto, pueden estar en camino sonados pleitos judiciales en razón que el derecho llega siempre después del fenómeno –social político económico o cultural-, sobre todo entre quienes sostienen –con razón- que la dignidad de las personas vale más que las fortunas. Vistas así las cosas, es altamente probable que en los próximos años –tal vez décadas- se construya un nuevo derecho positivo –con más jurisprudencia y doctrina- para regular estas nuevas tendencias de las tecnologías de información. Pero siempre estará presente en el balance: libertad de expresión vs derecho a la intimidad.
Otro tanto ocurre con las redes sociales. Si bien estas sirven para integrar a la gente, facilitar la publicidad y el marketing de las empresas, difundir un currículum, crecer profesionalmente, encontrar un empleo o reencontrarse con viejos amigos, también trae problemas que inciden en la intimidad, en el buen nombre de la persona, en la desinformación y la suplantación de identidades, lo cual abarca la nueva criminalidad en muchos países aun no legislada, a partir de las tecnologías de información y comunicación.
Como podemos apreciar vivimos en una sociedad de la información con enormes ventajas que ella supone pero al mismo tiempo con grandes peligros por el potencial destructivo que ejercen los nuevos medios contra los derechos y las libertades fundamentales, sobre todo cuando éstos instrumentos de la modernidad son mal manejados o caen en malos manos de intrusos en política, empresa, educación y comunicación. El marco jurídico llegará tarde. Aun cuando llegue a tiempo, la innovación tecnológica será cada vez más veloz. Es innegable el hecho que el derecho estará siempre a la cola en esta zaga imparable de inventos.
De manera que lo que se vislumbra de primera mano es la promoción de tratados, convenios y adecuación de éstos a los códigos internos para que los fabricantes de tecnologías y desarrolladores de contenidos preserven los derechos fundamentales consagrados en la legislación internacional.
Se necesitará una acción policial más dinámica para controlar los excesos –las estafas por paginas falsas que clonan dinero, suplantación de identidad con trampas informáticas o violación de las comunicaciones –interceptaciones- lo cual permite que alguien mire lo que uno escribe desde una computadora a distancia.
Sin embargo, ni uno ni otro serán tan efectivos como captar valores, generar valores y difundir valores éticos como una forma de autorregulación para evitar filtraciones y desviaciones a través de estos nuevos medios de comunicación. Hoy más que nunca se impone el ejercicio de la libertad con responsabilidad porque no debe ni podría funcionar ninguna intervención ajena a la estructura interna de estos medios, tentación frecuente de gobiernos totalitarios reñidos con una democracia. El mejor antídoto es la transparencia.
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