Este año trajo a América muchas razones para celebrar. Las economías de la región crecieron en 4,3%, marcando cuatro años seguidos de crecimiento. Y a pesar que para 2007 se prevé una caída en la economía global, América Latina seguirá creciendo sobre el 4%.
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En los últimos cinco años el principal factor del elogioso comportamiento de la macroeconomía y del comercio han sido los commodities, gracias a la demanda insaciable de Asia por minerales de Chile y Perú, la soja y el mineral de hierro de Brasil, el petróleo de Venezuela y el trigo de Argentina. De todas maneras, la ley de Newton dice que todo lo que sube tiene que bajar. La dependencia de América Latina de la agricultura está lejos de ser un motor fiable en el crecimiento a largo plazo.
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Adicionalmente los residentes de las favelas de Rio de Janeiro, de las barriadas de Lima y de otros barrios pobres no trabajan en minas, haciendas o plataformas petroleras. El auge de los commodities no ha servido para aliviar la pobreza, la desigualdad de ingresos, el desempleo o los problemas de seguridad pública de América Latina.
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Más que exportar commodities, América Latina necesita competir en la economía global desarrollando y comercializando productos de alto valor agregado (incluyendo el agronegocio) y servicios que sean el resultado de la innovación. Sin embargo, excepto por Chile, ningún país de la región está en el ranking del Índice de Competitividad Global del World Economic Forum. Mientras que en Corea los gastos en Investigación y Desarrollo (I&D) alcanzan el 2,5% del PIB, en América Latina llegan a menos del 0,5%. La región gasta menos de US$ 30.000 millones en I&D. Brasil es el único país que destina un 1% del PIB a la I&D, y sólo tres –Brasil, México y Argentina– aportan el 85% del presupuesto regional de esta área.
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A pesar de esto, la innovación está mejorando, debido al crecimiento económico y al fomento industrial subregional en México y América del Sur en particular. Los “clústers” económicos –concentraciones geográficas de compañías e instituciones que generan ventajas competitivas– han surgido durante la última década en países desarrollados y en vías de desarrollo. Aumentan la productividad de compañías del área, marcan el ritmo de la innovación y hacen brotar nuevos negocios. Tanto las pequeñas firmas tecnológicas como las grandes se pueden beneficiar de la sinergia entre sector empresarial, gobierno y aulas académicas, un nexo que incentiva la innovación y el emprendimiento.
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Brasil ha sido uno de los laboratorios más exitosos en el desarrollo de clústers y enclaves de innovación, con la industria aeroespacial en São José dos Campos, la industria textil en el valle de Itajaí y el clúster de azulejos de cerámicas en Santa Catarina.
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En 2006 Brasil aprobó una ley de innovación que cubre una serie de campos científicos e incentiva a las compañías públicas y privadas a compartir recursos. El BNDES creó un fondo de US$ 68,4 millones para apoyar el desarrollo de innovación y tecnología que incluye biotecnología para la agricultura, software y semiconductores; y el Brazilian Forum of Biotechnology Competitiveness, conformado por agencias de gobierno, el sector privado e instituciones académicas, consignó US$ 3.000 millones a proyectos de innovación.
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El clúster de software en Córdoba, Argentina, ofrece incentivos gubernamentales y pone énfasis en la educación y el entrenamiento. Motorola, EDS e Intel están comprometidos allí. En el estado de Jalisco (México) los clústers de I&D de compañías como Hewlett-Packard, IBM, Intel, ST Microelectronics, y Siemens VDO trabajan junto a universidades en proyectos de innovación. La inversión de Intel en Costa Rica también engendró un modesto clúster de tecnología en el área de San José. Los gobiernos locales y las compañías internacionales han sido vanguardistas en el desarrollo de clústers.
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Es cierto que las exportaciones agrícolas seguirán guiando el crecimiento y generando divisas para América Latina, pero poner todos los huevos en esta frágil canasta es una estrategia de alto riesgo. Una mayor diversificación de la actividad económica con un énfasis cada vez mayor en productos, procesos y servicios innovadores es un camino más seguro y fructífero hacia el crecimiento, desarrollo y competitividad de América Latina.
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En los últimos cinco años el principal factor del elogioso comportamiento de la macroeconomía y del comercio han sido los commodities, gracias a la demanda insaciable de Asia por minerales de Chile y Perú, la soja y el mineral de hierro de Brasil, el petróleo de Venezuela y el trigo de Argentina. De todas maneras, la ley de Newton dice que todo lo que sube tiene que bajar. La dependencia de América Latina de la agricultura está lejos de ser un motor fiable en el crecimiento a largo plazo.
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Adicionalmente los residentes de las favelas de Rio de Janeiro, de las barriadas de Lima y de otros barrios pobres no trabajan en minas, haciendas o plataformas petroleras. El auge de los commodities no ha servido para aliviar la pobreza, la desigualdad de ingresos, el desempleo o los problemas de seguridad pública de América Latina.
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Más que exportar commodities, América Latina necesita competir en la economía global desarrollando y comercializando productos de alto valor agregado (incluyendo el agronegocio) y servicios que sean el resultado de la innovación. Sin embargo, excepto por Chile, ningún país de la región está en el ranking del Índice de Competitividad Global del World Economic Forum. Mientras que en Corea los gastos en Investigación y Desarrollo (I&D) alcanzan el 2,5% del PIB, en América Latina llegan a menos del 0,5%. La región gasta menos de US$ 30.000 millones en I&D. Brasil es el único país que destina un 1% del PIB a la I&D, y sólo tres –Brasil, México y Argentina– aportan el 85% del presupuesto regional de esta área.
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A pesar de esto, la innovación está mejorando, debido al crecimiento económico y al fomento industrial subregional en México y América del Sur en particular. Los “clústers” económicos –concentraciones geográficas de compañías e instituciones que generan ventajas competitivas– han surgido durante la última década en países desarrollados y en vías de desarrollo. Aumentan la productividad de compañías del área, marcan el ritmo de la innovación y hacen brotar nuevos negocios. Tanto las pequeñas firmas tecnológicas como las grandes se pueden beneficiar de la sinergia entre sector empresarial, gobierno y aulas académicas, un nexo que incentiva la innovación y el emprendimiento.
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Brasil ha sido uno de los laboratorios más exitosos en el desarrollo de clústers y enclaves de innovación, con la industria aeroespacial en São José dos Campos, la industria textil en el valle de Itajaí y el clúster de azulejos de cerámicas en Santa Catarina.
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En 2006 Brasil aprobó una ley de innovación que cubre una serie de campos científicos e incentiva a las compañías públicas y privadas a compartir recursos. El BNDES creó un fondo de US$ 68,4 millones para apoyar el desarrollo de innovación y tecnología que incluye biotecnología para la agricultura, software y semiconductores; y el Brazilian Forum of Biotechnology Competitiveness, conformado por agencias de gobierno, el sector privado e instituciones académicas, consignó US$ 3.000 millones a proyectos de innovación.
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El clúster de software en Córdoba, Argentina, ofrece incentivos gubernamentales y pone énfasis en la educación y el entrenamiento. Motorola, EDS e Intel están comprometidos allí. En el estado de Jalisco (México) los clústers de I&D de compañías como Hewlett-Packard, IBM, Intel, ST Microelectronics, y Siemens VDO trabajan junto a universidades en proyectos de innovación. La inversión de Intel en Costa Rica también engendró un modesto clúster de tecnología en el área de San José. Los gobiernos locales y las compañías internacionales han sido vanguardistas en el desarrollo de clústers.
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Es cierto que las exportaciones agrícolas seguirán guiando el crecimiento y generando divisas para América Latina, pero poner todos los huevos en esta frágil canasta es una estrategia de alto riesgo. Una mayor diversificación de la actividad económica con un énfasis cada vez mayor en productos, procesos y servicios innovadores es un camino más seguro y fructífero hacia el crecimiento, desarrollo y competitividad de América Latina.
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