¿CÓMO ESTA EL PERU?
JESUS JIMENEZ LABAN
A mí me encantaría sumarme al coro de quienes se emocionan con las cifras de crecimiento sostenido del Perú mientras el mundo se desploma con sus bancos, sus bolsas, sus burbujas y sus exportaciones. Claro que me encantaría, pero soy cautelosamente optimista y prefiero ser de los que guardan pan para mayo.
¿No es cierto, acaso, que hace tres años –o quizás menos- el mundo admiraba la estabilidad económica y proyectaba el buen futuro de Grecia, Portugal e Irlanda, vistos en un momento como una lección para el mundo? Estudiantes europeos que sigue maestrías de negocios en Perú, analistas de bancos de inversión e inversionistas que ponen el ojo en esta tierra como plaza de refugio, parece que se hacen la misma pregunta: ¡Cuánto tiempo hay que esperar para que el ciclo termine?
Por supuesto, tenemos que ser positivos, pero al mismo tiempo realistas. Esto supone pisar a fondo el acelerador para diversificar la economía, generar valor agregado y abrirse paso en nuevas rutas comerciales. Ser realista significa también prevenir y controlar los puntos críticos de eventuales riesgos, sobre todo ahora que muchos llaman por teléfono para ofrecer líneas de crédito fáciles o altas tasas de interés en bancos de ultramar, endeudamiento para comprar autos del año, más libertad de elegir créditos de consumo, agrarios o comisiones con la llegada de nuevos bancos al Perú, o facilidades municipales para cambiar de zonificación de residencial a comercial en varios distritos de Lima y de provincias.
En gran parte, corríjanme si me equivoco, la explicación del bienestar económico en algunos niveles de la vida económica nacional se debe al boom de los precios de las materias primas, principalmente minerales. Son ellos –por su altura estratosférica- la gran locomotora del crecimiento, pero esto depende de las exportaciones. El comercio internacional también se rige por la ley de la oferta y de la demanda. Y todos sabemos que el malestar económico de Estados Unidos ha contagiado a la Unión Europea y en poco tiempo a China que quita el pie del acelerador –por lo menos hasta Marzo de 2011-, lo cual significa –quiérase o no- una desaceleración en nuestra oferta exportable. Y lo que es peor, de no funcionar una estrategia para solucionar las apreciaciones y depreciaciones de las monedas, el fantasma ronda el mundo es el proteccionismo.
Para nadie es un secreto que, vistas así las cosas, nos damos prisa para firmar más tratados de libre comercio con Centroamérica, apurar la ejecución del acuerdo comercial entre Perú y Estados Unidos, Europa y países del sudeste asiático y perfeccionar los acuerdos de complementación económica en el hemisferio. En una palabra, buscamos compensar con otros mecanismos comerciales la baja en la demanda de nuestros productos por tradicionales mercados de países industrializados quieren a gritos espantar a los fantasmas del déficit fiscal, el endeudamiento y la inflación.
Sin embargo, aquí hay nubarrones que pueden empañar el horizonte. Y es que el proceso de regionalización y descentralización –ese sueño de 200 años de vida republicana- empieza a mostrar señales de agrietamiento. Y es que el país ha caído en un círculo vicioso. Tiene dinero de las transferencias, pero no existen suficientes cuadros para presentar y ejecutar proyectos, además de una paquidérmica estructura estatal que no tiene sincronismo con la iniciativa privada. La obra pública –educación, salud, seguridad e infraestructura- ha movido miles de millones, pero está demostrado a la luz de las denuncias que hay ausencia de filtros necesarios en el manejo del dinero, según varias opiniones.
Además, dentro de este proceso caótico y cuestionado, da la impresión de que existen veinte y cinco (25) presidentes de la república. Cada uno -sin planificación, dirección, coordinación ni control - quiere llevar agua para sus molinos. Esto impide una acción concertada y lógica entre los ejes del poder: el gobierno central, el gobierno regional y el gobierno local. Y. como si esto fuera poco, los impuestos que se cobran por extracción del subsuelo de recursos naturales –se plantea aumentarlos como lo ha hecho Chile-, no es dinero que se reparte de manera equitativa en diferentes puntos del país, lo cual hace que unos tengan el sombrero lleno de monedas y otros extiendan la mano.
Es esto último es lo que preocupa. Porque podría ser una bomba de tiempo debido a que los revoltosos podrían aprovechar como caldo de cultivo un reclamo justo –el de la equidad- pero que en manos de frentes regionales –que tienen más poder que los gobiernos locales y regionales- puede resultar peligroso, algo que, ciertamente, inquieta a empresarios e inversionistas. De manera que si se quiere evitar intranquilidad y zozobra en el país y fortalecer la institucionalidad, lo que se impone es la prevención y el dialogo entre las autoridades legítimas y los grupos sociales vulnerables, para desanudar conflictos sociales que están por estallar, algo que forma parte de la alerta temprana de la Defensoría del Pueblo.
Por ello mismo, es urgente e importante defender la institucionalidad democrática que no es una expresión hueca porque es trascendente en la medida que damos garantías a la libertad de expresión como faro de luz, respetamos la decisión del elector en el voto y realzamos un estado constitucional de derecho con un Congreso menos expuesto a legislar por la reelección de los congresistas, un Ejecutivo que hace cumplir la ley y el orden y un Poder Judicial totalmente autónomo con escrupuloso respeto al debido proceso y administración de justicia. Esto será simple retórica si los operadores políticos ningunean lo que hay que hacer.
Las elecciones presidenciales están a la vuelta de la esquina. El reto es pensar como estadista y no como candidato. La democracia exige ahora renunciamiento por el bien común. Piénselo.
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