LEALTAD, RECTITUD Y JUSTICIA
JESUS JIMENEZ LABAN
En un encuentro imprevisto conocí en el distrito de Miraflores al operario Indalecio Ramírez (38) con quien dialogar fue muy ilustrativo. Indalecio, un operador de máquinas industriales, me hablaba con entusiasmo acerca de su trabajo, lo cual reflejaba en sus palabras, a mi modo de sentir, una actitud de lealtad para sus ejecutivos, gerentes y empleados. Mi ocasional interlocutor nació en Chota, la sierra profunda de Cajamarca. Como muchos bajó a la costa llena de ilusiones por la Capital y agotado por una vida dura en el campo. Prefirió él –según comentó-, emplearse como obrero en Lima a resistir en los socavones de las minas en Cajamarca sin recompensa alguna a cambio.
JESUS JIMENEZ LABAN
En un encuentro imprevisto conocí en el distrito de Miraflores al operario Indalecio Ramírez (38) con quien dialogar fue muy ilustrativo. Indalecio, un operador de máquinas industriales, me hablaba con entusiasmo acerca de su trabajo, lo cual reflejaba en sus palabras, a mi modo de sentir, una actitud de lealtad para sus ejecutivos, gerentes y empleados. Mi ocasional interlocutor nació en Chota, la sierra profunda de Cajamarca. Como muchos bajó a la costa llena de ilusiones por la Capital y agotado por una vida dura en el campo. Prefirió él –según comentó-, emplearse como obrero en Lima a resistir en los socavones de las minas en Cajamarca sin recompensa alguna a cambio.
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Cuando le recordé que las minas en su nueva etapa de responsabilidad social han permitido el desarrollo de su pueblo –colegios, universidad, proyectos agrícolas- se le ilumino el rostro. Sin embargo, el provinciano lamentó ver a Cajamarca dividida porque en un mismo territorio aparecen sin dificultad los contrastes. “De un lado, un campesino educado con chalet y carro a la puerta. De otro, un campesino iletrado cargando su alforja y viviendo para el día”, comentó un tanto apesadumbrado.
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Cuando le recordé que las minas en su nueva etapa de responsabilidad social han permitido el desarrollo de su pueblo –colegios, universidad, proyectos agrícolas- se le ilumino el rostro. Sin embargo, el provinciano lamentó ver a Cajamarca dividida porque en un mismo territorio aparecen sin dificultad los contrastes. “De un lado, un campesino educado con chalet y carro a la puerta. De otro, un campesino iletrado cargando su alforja y viviendo para el día”, comentó un tanto apesadumbrado.
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Cuando me reveló su edad, 38 años, le dije “Te quedan cinco”. ¿Por qué?, me pregunto con sus ojos llenos de curiosidad. Los que vienen después son para asegurar tu vejez y vivir tranquilo. Y es que Indalecio trabajó por años codo a codo con el dueño del negocio que lo acoge, por lo que ha aprendido mucho de él y cuando tenga que partir llevara el expertise, pero dos enseñanzas fundamentales que me las hizo conocer. Tener ideas simples para hacer cosas grandes y energía, carácter y aplomo para pasar del dicho al hecho.
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Esto es lo que llamo rectitud. Esta entendida como hacer las cosas bien –eficacia y eficiencia- y en menos tiempo, manteniéndose con un paso adelante. Tal vez, a mi modo de ver, le iría mejor a Indalecio si aplica parte de la filosofía oriental. Es decir, planificar a largo plazo, mejorar de manera contínua y extirpar lo que no sirve. Es más, si hay problemas en la vida conviene escuchar los viejos consejos, pasar a la autocrítica para perfeccionar lo hecho y perseguir la justicia, dar a cada uno lo suyo.
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Por último era evidente que Indalecio soñaba con seguir los pasos exitosos de su jefe. Para ello le aconsejé aquello de “no hacer negocios ni con tontos ni con estúpidos”. ¿Cómo identificarlos?, preguntó a continuación Indalecio. La respuesta fue: rodeándote de gente con criterio, dedicación y fidelidad a toda prueba. Suerte.
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