Jesús Jiménez Labán
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Para aplacar las iras de la población, sobre todo cuando un congresista se porta mal y no supera las expectativas de sus electores, la válvula de escape sería cambiar a un parlamentario porque con su desempeño no justifica su permanencia en el escaño.
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Renovar la configuración del Congreso de la República cada dos años y medio es una iniciativa que -con ciertas variantes en renovación por tercios- sólo ha funcionado en Estados Unidos de América (EUA), país que ostenta más 200 años de historia constitucional, un ejemplo de madurez que se ve con admiración en el resto del planeta.
Renovar la configuración del Congreso de la República cada dos años y medio es una iniciativa que -con ciertas variantes en renovación por tercios- sólo ha funcionado en Estados Unidos de América (EUA), país que ostenta más 200 años de historia constitucional, un ejemplo de madurez que se ve con admiración en el resto del planeta.
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No podría funcionar aquí porque, en concordancia con la Carta Magna que nos rige desde 1993, nuestro país responde a un sistema presidencialista (gobierno elegido en forma directa por los votantes y no por el congreso) y no a un sistema parlamentario (elección del gobierno emana del parlamento), como ocurre en varios casos en los países que conforman la Unión Europea.
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No podría funcionar aquí porque, en concordancia con la Carta Magna que nos rige desde 1993, nuestro país responde a un sistema presidencialista (gobierno elegido en forma directa por los votantes y no por el congreso) y no a un sistema parlamentario (elección del gobierno emana del parlamento), como ocurre en varios casos en los países que conforman la Unión Europea.
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De acuerdo con fuentes familiarizadas con la situación, la renovación parcial del Congreso generaría inestabilidad porque un gobierno llega a mitad de periodo casi débil y se muestra semigastado –por el ejercicio del poder-, razón por la que un cambio de piel parlamentario lo empujaría al precipicio de una crisis política.
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Como bien apuntan las mismas fuentes, otra cosa sería si funcionara un Congreso con dos cámaras, pero para ello se necesitaría una enmienda constitucional que habilite el sistema bicameral, una constante en la historia republicana. De este modo, el senado quedaría intacto en su función reflexiva y la renovación alcanzaría a nivel de la cámara joven, la cámara de diputados o de representantes, que es como se llama en la cultura jurídica anglosajona en los Estados Unidos de América.
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Sin embargo, ninguna reforma constitucional que aspire a una renovación en estos términos podría darse dentro del plazo constitucional de este gobierno, toda vez que una enmienda pasa por la aprobación del Congreso en dos primeras legislaturas ordinarias de cada año. Esta suma de periodos legislativos permitiría que esta pretensión se ha haga realidad durante el próximo gobierno.
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Se quiere también usar el “ballotage” o “balotaje” para elegir a los presidentes regionales en los próximos periodos, vale decir, que el elector vote en primera y en segunda vuelta como ocurre ahora en Perú con el sistema de votación presidencial en las elecciones generales. El más votado en segunda ronda es quien gana. Constitucionalmente, dicho de otro modo, si ningún candidato logra superar el 50% de los votos válidamente emitidos, se produce la segunda vuelta entre los candidatos más votados.
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Hay constitucionalistas que recuerda que esta figura –inspirada en la constitución francesa de 1958 - V República- llegó incompleta a América Latina y dentro de ella al Perú. Es una importación híbrida porque en su versión original –la constitución gala- la segunda vuelta alcanza a presidente y cámaras legislativas, cosa que aquí se hace de modo incompleto.
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De manera que si procediera una iniciativa de este tipo habría que incorporar a la segunda vuelta no sólo al Congreso sino también a los Consejos Regionales. Si esta idea –propuesta por el presidente Alan García en su mensaje a la nación por el Aniversario Patrio- no se aprobara en el Congreso, se usaría el referéndum como figura constitucional –complemento de la democracia representativa- para que el pueblo vote por sí o por el no.
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A mi modo de ver, en la práctica, con esta lógica todo el mundo estaría en campaña permanente para reafirmarse sus cargos o para asegurar caudal electoral con proselitismos tempranos. Estaríamos sumergiendo en el marketing político a los partidos, movimientos y alianzas sin que quede tiempo para atender las urgencias o asuntos del estado que tienen prioridad.
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No se trata de hacer oposición por oposición, sino de reflexionar sobre las consecuencias políticas, económicas, públicas, fiscales de cada una de esas medidas. Todo lo demás, debe meditarse con esmero porque no se puede cambiar la Constitución con la frecuencia de una lavada de camisa. El argumento de la razón es lo que más convendría porque en política lo visceral no funciona. Ponderación y visión de futuro. Habrá que ver.